martes, marzo 19, 2024

Aquella maravillosa organización que flotaba sobre un bosque de hojas de cálculo


Es un lugar común que las grandes organizaciones se ralentizan y encarecen debido a la profusión de controles y formularios. Pero no solo es eso: fragilizan la gestión, oscurecen la verdad y dificultan la toma de decisiones. Y sin embargo, siguen funcionado. ¿Cómo es posible? ¡Un oscuro ejercito de creadores y manipuladores de hojas de cálculo se encarga de mantener la organización a flote!

La aparición de interfaces gráficas y hojas de cálculo a principios de los años 80 del siglo pasado permitió a muchas pequeñas empresas expandirse a un coste razonable, generando nuevos sistemas de gestión transparentes, flexibles y fáciles de usar. Pero también las empresas grandes se hicieron rápidamente seguidoras del culto a la hoja de cálculo como método de entrada a sus mastodónticos sistemas de gestión, y también como método de explotación de datos. La llegada de internet impulsó la posibilidad de compartir las hojas de cálculo entre varios usuarios y localizaciones, asentando así todavía más su dominio en el panorama empresarial. 

Pero las hojas de cálculo no sustituyeron los caóticos sistemas CRM, ERP, SCM, PLM y demás, de los que SAP es la quintaesencia. En lugar de eso, se mezclaron en los procesos aprovechando su versatilidad y atractivo visual, y terminaron conviviendo todos juntos en un magma cada vez más impenetrable. Así fue como los empleados terminaron bajando datos de sistemas, alimentando hojas de cálculo y subiendo sus resultados de nuevo a los mismos sistemas de los que previamente habían bebido.

No olvidemos que detrás de cada hoja de cálculo hay normalmente uno o más seres humanos luchando por mantenerla alineada con otras hojas de cálculo o sistemas de datos, en procesos que consumen tiempo, son costosos, y los desalientan y desmotivan.

Sin embargo, la legendaria incapacidad de las jefaturas para entender los arcanos de una simple base de datos relacional convirtieron esta verdadera lacra en una necesidad para comprender mínimamente el negocio. Esto y la imposibilidad de hacer migraciones sin arriesgarse a una considerable pérdida de datos ha estado ralentizando la velocidad a la que las grandes empresas (las más afectadas por este panorama) pueden agilizar sus procesos.

Y esto no tiene que ver con las herramientas de visualización y paneles de mando, siempre tan apreciados en los despachos de alta dirección, sino con la gestión misma de los datos desde su concepción.

Esto tiene que ver con una cultura empresarial que en mi opinión debería orientarse a considerar que la gestión de la información debe ser abordada de abajo arriba, evitando la manipulación manual, y preservando la flexibilidad que todo organismo necesita si quiere sobrevivir. La prevalencia de las hojas de cálculo en el panorama empresarial nos da una idea de que para muchas organizaciones esta visión es aún muy lejana.

¿Cambiará en algo la irrupción de herramientas de IA? Puede que solo sofistique y engorde esa capa de hojas de cálculo, pero sin abordar en profundidad la adaptación de las herramientas integrales porque su enorme complejidad las protege. 

Veremos.









jueves, enero 18, 2024

Con diez años de retraso, he probado un coche eléctrico. Esto es lo que he aprendido.

Con idas y venidas, vacilaciones y retrasos, la electrificación de los vehículos particulares prosigue su marcha. A los usuarios nos va tocando olvidar litros, caballos, repostaje instantáneo. Y aprender algunas cosas nuevas.

Llevo años conduciendo un hibrido, así que para mí no es novedad la marcha silenciosa y suave de un motor eléctrico. Pero nunca había conducido un coche eléctrico total. Una oferta tentadora de Hertz lo hizo posible. Se trató de un Polestar2, un coche de prestaciones premium que pude conducir durante unos días. Después de probar las emociones propias de sus recuperaciones ultra rápidas (¡respetando siempre los límites de velocidad!), lo primero que hice fue familiarizarme con los datos que todo usuario de vehículos eléctricos debería conocer: La capacidad de su batería, que se mide en kWh, y a qué ritmo se descarga y recarga, medidos en kW.

Para entrar en contexto, digamos que un coche medio tiene una batería de 60 kWh. En un uso normal en cuanto a velocidad, peso, perfil de la ruta, estilo de conducción, uso del aire acondicionado, temperatura exterior, etc. la batería puede descargarse a un ritmo de unos 20 kWh cada 100 kilómetros. Eso nos da un alcance de 60/20 = 300 kilómetros. Los coches más avanzados pueden descargarse más lentamente, de la misma forma que los vehículos de motor de combustión interna luchan por reducir el consumo de litros de combustible por cada100 kilómetros.

En cuanto al tiempo de recarga, un punto doméstico suele ofrecer entre 3,6 a 7 kW monofásicos, o hasta 11 kW trifásicos, usando conectores tipo 2. En el caso de puntos de recarga públicos gratuitos (como los de los supermercados Mercadona), suelen ser de 3,7 kW, mientras que los de pago alcanzan los 43 kW. Es cierto que la cifra puede aumentar mucho, hasta los 250 kW con conectores tipo CCS, pero es difícil encontrarlos de 100 o más kW. En cualquier caso, a la recarga se aplica la misma aritmética sencilla que al consumo: Una batería de 60 kWh, a 11 kW tardará unas 6 horas en llenarse al completo. A 100 kW, unos 36 minutos. Sin embargo, como en el caso del consumo, el tiempo puede variar mucho en función del estado del cargador u otros factores. Además, la velocidad de recarga siempre se ralentiza al aproximarse al lleno.

Por lo que respecta al coste, el precio del kWh en los cargadores públicos de alta potencia están rondando en España a fecha de hoy entre 36 y 42 céntimos de euro, lo que implica que llenar una batería de 60 kWh nos valdrá unos 24 euros.

Estas cifras van a ir variando lógicamente con el tiempo, y en mi opinión dejarán de resultar interesantes cuando la fuente de energía sean las propias placas fotovoltaicas domésticas, y las baterías tengan capacidad y durabilidad en exceso como para olvidarse de ellas.

Será esa una gran simplificación.




jueves, noviembre 09, 2023

No me des más emociones. Dame más capacidad para entender el mundo.

Cuando Galileo apuntó su telescopio a la Luna, por primera vez en mucho tiempo la vista superaba a la imaginación. Hasta ese momento, el principal instrumento para conocer la realidad había sido la mente. Ni astrolabios, ni cuadrantes, ni teodolitos habían servido para otra cosa que para asentar, aclarar la idea que del mundo había nacido en la mente de los hombres. Y desde entonces, con el primer telescopio, la distancia entre experiencia e idea no ha cesado de agrandarse.

Para la segunda década del siglo XXI, los nuevos instrumentos no cesaban de inundar los laboratorios de cifras y medidas provenientes de todos los rincones de la realidad. Desde los gigantescos aceleradores de partículas hasta los telescopios espaciales, desde los laboratorios donde se realizan análisis célula a célula hasta las miríadas de sensores diseminados por todo el planeta Tierra y el sistema solar. Y ante este alud de datos, de hechos, para procesarlos, para comprenderlos... el mismo cerebro que el de nuestros ancestros del neolítico.

Por supuesto que se trata de un cerebro que ha ido cambiando en cuanto a su forma de percibir y comprender el mundo que le rodea. Pero no lo ha hecho al ritmo exponencial al que han crecido los conocimientos que han reunido nuestras máquinas. ¿El resultado? Nos hemos convertido en analfabetos tecnológicos.

Podría ser que un campesino de la Europa del siglo XVI alcanzara a entender algo o la mayor parte de la física del momento. Hoy en día, no es concebible que ni siquiera una persona ilustrada pueda dar fe del contenido o funcionamiento de un teléfono móvil. Pero son humanos quienes hacen teléfonos móviles. 

Entonces, ¿cómo es posible? La respuesta es la super-especialización. Unos pocos humanos saben muchísimo de un tema muy concreto, mientras que el resto se van deslizando por la pendiente de la ignorancia. Pero incluso la super especialización tiene un límite. Como decía el profesor Guinovart, si antes para hacer un artículo de investigación biomédica bastaba con hacer una gráfica con cuatro ratones, hoy se necesita de bioestadística y una apreciable cantidad de recursos informáticos para descubrir algo.

Y es que la capacidad humana para nadar en yottabytes de información es muy limitada. El ser humano tiene una terca tendencia a usar analogías extraídas de su experiencia diaria para entender el mundo que se encuentra más allá de esa experiencia diaria. De la misma forma que nos gusta imaginar a Dios como una especie de adorable abuelo barbudo, intentamos aplicar al universo lejano y también al quántico la misma lógica que rige en nuestra sala de estar.

Así que la alternancia entre sentido y pensamiento parece haberse roto. Y con personas cada vez menos capaces de entender lo que las máquinas le muestran del mundo, vamos camino del caldo de cultivo perfecto para una dictadura del conocimiento. Una dictadura en la que tendremos, por encima, unas elites detentadoras del poder para conocer, y por debajo, un vulgo incapaz de entender su propia realidad. No porque no tengan acceso físico al conocimiento, sino por carecer de capacidad e interés para conocer.

A mi solo se me ocurre defenderme usando la IA. Al mundo ya no le hacen falta más sensores ni más información, sino más capacidad para pensar, para razonar, para anteponer la verdad a las emociones. Necesitamos entender un mundo cada vez más complejo y extraño. Tenemos que re-equilibrar la balanza entre nuestra capacidad para percibir, para recibir emociones, por un lado, y nuestra capacidad para entender, para comprender, para ser conscientes, por el otro. Y sí, creo que una IA generalista y de acceso universal puede abrir caminos hacia ese nuevo estadio de hiper-conocimiento.

Y quién sabe, quizá hacernos más humanos.


PD. La IA ha analizado este texto, y me ha recordado que, aunque mi enfoque es «prometedor»,«[...] también es importante tener en cuenta los posibles desafíos y riesgos asociados con la dependencia de la IA. Por ejemplo, las preocupaciones sobre la privacidad de los datos, la ética de la IA y la posibilidad de que la IA refuerce sesgos existentes son temas importantes a considerar al debatir el papel de la IA en la sociedad». Dicho queda.

jueves, agosto 24, 2023

El verano de Oppenheimer

No he visto Oppenheimer (película) y sin embargo voy a opinar sobre ella. Lo digo por si quieres dejar de leer ahora. Ya sé que está muy feo juzgar lo que no se conoce, y seguro que Hollywood también prefiere que, piense lo que piense, pase por taquilla y luego critique. Pero, si eso te ayuda, he visto muchos documentales sobre el personaje, y un montón de tráileres y críticas sobre esta película, así que me voy a arriesgar.


Se estima que la producción gastó unos cien millones de dólares en recrear aspectos de la vida del físico, muchos de los cuales se pueden leer en biografías como Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer. Ya se le compare con Prometeo o Krishna, Oppenheimer parece encarnar el papel del hombre condenado a asumir el sacrificio de la responsabilidad, el fusible cuya abnegación hace posible la supervivencia de la civilización. Pero la idea de la fisión atómica como arma nació en la mente de muchos otros antes y muy lejos de Nuevo Méjico. Por más que los rasgos judíos hayan desaparecido del rostro del protagonista, Robert Julius Oppenheimer es solo el maestro de ceremonias de una especie de Sabbath al que acuden otros padres judíos de la bomba atómica, como Einstein o Teller. Tengo entendido que la película incluso escoge otro personaje judío como antagonista, un tal Strauss.

Con estos mimbres es fácil despertar en la mente del espectador una asociación con la escena de la última cena, en la que Oppenheimer acepta quedar como el Judas que ha mancharse las manos para que la blanca América pueda ascender a los cielos como primera potencia atómica.
 
Todo era mucho más terreno: Era preciso frenar la expansión de la Unión Soviética en Europa y Asia, y había que aumentar la escala y velocidad a la que se podía matar. Sin miedo a represalias, sin competidores, no había ninguna encrucijada moral que usar como excusa para demorar el uso de una bomba atómica en el Teatro de operaciones —aunque el Teatro de operaciones fuera una enorme extensión de casitas de madera apeguñadas en un valle habitado por decenas de miles de mujeres y niños.

Oppenheimer, la película, no se mete en estas profundidades geoestratégicas y prefiere usar la antigua formula de tetas y peleas para mantener la atención del espectador, según leo. No me sorprendería de un director cuyos antecedentes incluyen obras maestras del cine intelectual como las adaptaciones del inmortal Batman, o la melodramática Interstellar. 

No, la superproducción de Hollywood Oppenheimer no me interesa lo más mínimo ni tengo curiosidad por ver cómo reprodujeron la explosión de Trinity sin efectos de ordenador. La película encumbra a un hombre por lo que ha hecho, sin prestar atención a sus consecuencias. 

Eso es o cinismo o estupidez. Y los mil millones de dólares a los que se va acercando su recaudación en todo el mundo (menos Japón) no permiten hablar de lo segundo.





jueves, agosto 03, 2023

¿Por qué nadie se cree la web de su propia empresa?

A menudo, los empleados de las organizaciones transitan por la web interna de su compañía en busca de herramientas obligatorias para esta o aquella tarea. Jamás en busca de información relevante sobre su propio futuro. Saben que la web corporativa es el último lugar donde encontrarla. Pero, si todos lo saben... ¿por qué siguen ahí las webs corporativas?

Es muy lógico suponer que la web de una empresa sea usada como escaparate al mundo perfecto de sus productos y servicios. Lo que resulta menos comprensible es que se use de la misma forma para comer el coco a los empleados sobre su excelencia ética, su inclusividad o la bondad de sus decisiones. Es justo ahí donde más duele al empleado el contraste entre una realidad que conoce bien y los intentos de la organización por venderle una realidad alternativa.

Hemos discutido en otros artículos cómo el perímetro de una organización se define por el espacio común de información. Si la organización no es sincera con sus propios colaboradores, los está excluyendo de su seno y no debería luego reclamarles fidelidad o entrega. Y sin estos valores, la organización es como el tronco muerto de un árbol. Puede ser grueso, puede ser alto, pero no resistirá los embates del viento porque es rígido, pero no fuerte.

La intranet debe ser el espacio donde el colaborador se siente parte de su organización, y no solo otro agente con el que la empresa se ve obligada a tratar en aras de conseguir sus objetivos.

Es muy lamentable que los colaboradores vean en los correos de sus altos ejecutivos una fuente de spam, y en su intranet, pura propaganda.






jueves, julio 13, 2023

Lengua no es cultura

Sí, cuántas veces no habremos oído en Cataluña que solo la cultura en catalán es cultura catalana. Que solo se puede hacer cultura en una lengua que, por simplicidad, se llama precisamente catalán. El argumento puede sonar razonable, pero se vuelve en contra al referirnos a otros territorios que no se llaman Cataluña, aunque astutamente queramos asimilarlos bajo la denominación de Països catalans.



El caso es que la cultura de un país es la cultura que hacen sus ciudadanos, sin importar la lengua que utilicen. Porque la lengua no hace cultura. La lengua es solo un protocolo de comunicación. Una lengua vale tanto como lo que se exprese en ella. Intentar atar la cultura a una lengua determinada es suicida, porque la cultura debe ser libre y no venir ligada a unas convenciones lingüísticas. Pongamos el caso de las lingue franche. En la actualidad, la preponderancia del inglés es producto de la antigua preponderancia económica de los países anglosajones, pero publicar un artículo en inglés NO es cultura anglosajona. Tampoco era ni es cultura francesa o germánica la producción en estas lenguas de artistas o científicos de cualquier otra procedencia que solo buscan un idioma de gran difusión para sus obras. 

Ahora que hemos establecido que escribir en catalán no hace por si solo cultura catalana, veamos qué hace cultura catalana.

En primer lugar, reconocer que Cataluña es un crisol de pueblos y todos sus habitantes vienen antes o después de otra parte. En esta tierra han recabado iberos, romanos, fenicios, griegos, visigodos, árabes, musulmanes, francos y carolingios... Y cada uno hablando una lengua propia que ha ido mezclándose y mutando a lo largo de los tiempos. De hecho, las primeras menciones a Cataluña la sitúan como una marca fronteriza bajo control franco.

Lo segundo es comprender que la importancia de una lengua depende de su poder transformador y pervivencia, de su producción cultural. Es decir, la cultura hace la lengua, y no al revés. Si estoy interesado en la historia de la balalaika, probablemente tendré que estudiar ruso. Si estoy interesado en hacer negocios en Siberia, probablemente tendré que estudiar ruso. Pero escribir un artículo en ruso no hace necesariamente cultura rusa.

En Cataluña se está insistiendo en una identidad artificial y peligrosa entre lengua y cultura. ¿Las canciones de Serrat en catalán son cultura catalana, pero las que tiene en castellano, no?

A menudo se argumenta que tras esta discriminación positiva que pretenden impulsar los poderes públicos regionales hay un intento por evitar la desaparición del catalán. Es una apreciación absurda. El catalán no fue preponderante pero tampoco desapareció durante los siglos en los que a decir de algunos fue reprimido por la centralidad española. El catalán sobrevivirá en la medida en que evite aspirar a aquello que no puede ser. 

Y lo que es válido para el catalán puede serlo también para una infinidad de lenguas regionales que han ido perdiendo influencia ante otras de mucha mayor difusión, como el irlandés.

Un gobierno regional debe preocuparse por fomentar la cultura por todos los medios posibles, sin ligarla a un idioma determinado, porque cada idioma presenta un desafío particular en sus leyes gramaticales y ortográficas, en su pronunciación. Un peso muerto que solo la calidad de las ideas que exprese puede justificar.

En resumen: La lengua no es cultura. Cultura es lo que se hace con las lenguas. Preocúpate de hacer cultura y deja de encorsetarla atándola a una lengua determinada.







sábado, junio 10, 2023

«En esta empresa no tienes que dejar tu identidad en la puerta»

Érase una vez, tenía yo la intención de mantener una charlita con una nueva compañera de trabajo en la que pretendía hacerle ver la conveniencia de no hacer ostentación de sus convicciones o costumbres religiosas en la oficina. La mañana escogida me encontré con que la entrada al edificio había sido coloreada con un arcoíris en el que se podía leer «En esta empresa no tienes que dejar tu identidad en la puerta». Y yo... ¡que siempre había pensado que para formar parte de cualquier comunidad tenía que estar dispuesto a dejar algo en la puerta! ¿Te imaginas hacerle caso al rótulo al pie de la letra?

Hemos comentado en otras ocasiones que la sociedad, o la historia, o lo que sea, raramente avanza de forma lineal. Más bien, a trompicones. Con idas y venidas. Con exageraciones unas veces y clamorosos silencios otras. Así por ejemplo, Teherán pasó en pocos años de capital cosmopolita y liberal a capital de los ayatolás.

Estos días en los que en occidente se celebra el Día del orgullo gay, muchas corporaciones han constatado que esos años en los que proclamar el apoyo a la causa salía gratis han pasado. Por un lado, los potenciales clientes a los que se pretendía halagar ya han descontado tiempo ha la deferencia. Por otro, los que no se sentían particularmente concernidos empiezan a marearse con tanta sopa de letras y se preguntan si no se estará forzando la máquina con tanta insistencia de definirse. Y por supuesto, los que ya se sentían ofendidos al principio han conseguido por fin organizarse e incluso reclutar para la causa el creciente número de los que se han sentido excluidos del primer grupo.

El resultado es un creciente número de ciudadanos a los que se les empuja a mostrar su apoyo a lo que no dejan de ser prácticas o preferencias o inclinaciones personales que precisamente no deberían difundirse por la esfera social. Y no deberían porque todo ser humano tiene derecho a preservar su intimidad.

Por supuesto que todo hombre tiene derecho a sentirse mujer; toda persona de piel blanca, a sentirla negra; toda persona estéril, a sentirse progenitor. Pero nunca ha funcionado bien empujar a nadie a imponer sus derechos a los demás. Por más que yo tenga derecho a sentirme sanador, habrá que estar a lo que decida el colegio de médicos para poder ostentar el título de doctor.

Vivimos en sociedad, el menos malo de los sistemas que hemos encontrado para convivir en esta roca llamada Tierra. Tenemos el derecho y el deber de formar a los nuevos ciudadanos no solo en sus derechos, sino también en las obligaciones de la vida social. Obligaciones que imponen por ejemplo los modales, la discreción y cosas tan aburridas como el protocolo. 

Y por supuesto que siempre hay que abandonar parte de tu personalidad cuando pretendes colaborar con otros. No puedes traslucir tu desgana ante una tarea aburrida, ni tu irritación ante un cliente pesado. No puedes mostrar tu inclinación ante una colega atractiva, ni farolear de melena ante un calvo. 

Sinceramente, los líos que cada uno tenga con su orientación de género no me interesan lo más mínimo y no veo la necesidad de mostrar mi apoyo a ninguna de las infinitas colectividades que reclaman visibilizarse. Creo que lo que de verdad sobra en este sociedad son las etiquetas y la obsesión por encuadrarse, por ponerle un nombre a todo. ¡No habremos dicho de veces aquí que las palabras fueron creadas para mentir!

Que cada uno busque la felicidad como quiera, siendo muy consciente de que los vecinos también tienen derecho a dormir.